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lunes, 28 de febrero de 2011

Mangostino ¿Por qué creo que es un buen regalo?

Que bueno es tener un reloj nuevo, o una camisa, o un juego de video. Pero, mejor aún, es regalar. ‘Es mejor dar que recibir’, dicen en la calle. A mi me gusta regalar momentos, instantes, detalles…
Todo empieza camino al mercado, donde busco conseguir algo único –y con esto me refiero a un producto que solo germina  en la línea ecuatorial y sus alrededores, en climas muy específicos del trópico-. Entro a un lugar huele a verduras. Están organizadas por colores, por tamaños, por texturas, por mugre, por clases y por sabores. Luego paso al salón de las frutas. Busco una en particular. Dura, redonda, color rubí oscuro.   

En el mundo está catalogada como ‘súper fruta’. Tiene un gran contenido de agentes biológicos activos como  antioxidantes, vitaminas, liporeductores y energizantes.

Sin embargo, no la regalo por esto. Se trata de obsequiar el original fruto prohibido; el motivo de destierro en el paraíso terrenal. Un solo bocado de su pulpa blanca, húmeda y fibrosa despierta, como golpe neurotóxico, todas las partes del ser físico, un poco pesado al paladar pero no incomodo. Un equilibrio perfecto entre lo dulce y lo acido, que pone a trabajar el sentido del gusto. Y que además genera felicidad… y odio. Golpes  rápidos de calor que estimulan todo el cuerpo y llenan de vitalidad.

Este sí que es un buen regalo. Un objeto de simple y rustico aspecto, de características tan particulares, exactas y  hermosas…certeza de placer.
(Ya regalé el fruto prohibido)

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