Nunca se ha discutido tanto cerca de los platos y los vinos como en este fin de siglo. Los periodicos estan llenos de glosas sobre las creaciones de algunos genios de las cocinas. Las revistas despiertan del deseo del lector con fotos de criaturas inaccesibles y manjares improbables-los pechos gloriosos de cualquier modelo de Soho exaltados por la transparencia de los velos, Bizcocho integral con frambuesas y pesto dulce con albahaca y piñones-. La vista pide mas, se cansa, se quiere nuevos platos y se esta llena de antigüedades recicladas. “ Consumid, consumid, el placer os cuesta lo que un bocado de pan”
Nunca la bebida propuesta al público ha sido tan mentirosa. El vino tinto huele a tonel de roble y se lame madera a precio de diamante. El producto de una química moderna transita entre la bodega del especulador (igual que el arte contemporáneo, la vejez del vino tiene sus riesgos) y la cuenta bancaria del propietario. Habrá que inventar etiquetas infalsificables como billetes de banco, porque el contenido no siempre permite autentificar la botella.
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